Aprendimos del Gran Neruda que “si nada
nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”, por eso
quiero compartir contigo un ejemplo de cariño.
Hace algún tiempo acudí con toda urgencia
a la Clínica Estomatológica
de este pueblo santacruceño donde vivo y respiro a diario el aire con aroma a
salitre. Allí habían muchos necesitados de atención, esperé mi turno y al
llamado entré al sitio donde solo el clima te invita a pasar, pues los
sillones, las pinzas y el sonido de la fresa ponen los pelos de punta.
Una joven me invitó a sentar y después de
saludarme me dijo: cuéntame, por qué viniste a verme, confieso que me
sorprendí, pues jamás la había visto antes. Le hablé de mi dolencia y comenzó
en breve la “carpintería bucal”.
Complacida de su atención y de la
estancia en la clínica, agradecí su servicio y le hice algunas preguntas, cuyas
respuestas me sirvieron para hacer este comentario.
La doctora se llama Tamara Izada Aguado,
estomatóloga de 24 años, proveniente de Camagüey y experimentando aun el
impacto de la vida plenamente laboral.
Sin embargo, Tamara es también la
directora de la Clínica Estomatológica
de Santa Cruz del Sur, responsabilidad que asumió con entusiasmo, pero que a la
vuelta de un tiempo la tiene algo desmotivada por incomprensiones e incorrectos
métodos de mando, que en nada ayudan al buen desarrollo de los jóvenes que
asumen tareas directivas…así me lo dijo y tras un suspiro de agotamiento
afirmó: “pero aquí estamos para cuando nos necesiten”… y un tanto risueña
agregó: “p´alante, sin perder la ternura”.
Entonces Tamara es una de las tantas
odontólogas que en Cuba asumen la retaguardia mientras sus colegas colaboran en
otros sitios del planeta, además enfrenta el rigor de la autoridad y la tutoría
de tres internos o estudiantes que se adiestran en la ciencia estomatológica,
por eso decidí enaltecer su valor humano, porque es urgente la necesidad de
encontrar amor y optimismo en las instalaciones hospitalarias del país, donde
sobran ejemplos de ternura y buena fe, pero falta en algunas el tino para
escuchar, sugerir o extender la mano, en
gesto solidario, a quienes acuden en busca de esperanzas y alivios, confiados
en la mejor atención.
Yo tuve suerte, encontré a Tamara, aunque
después volví tres veces más porque no funcionaban los arreglos que me hacía, y
siempre que llegué fue la misma atención: agotada o suspirando de cansancio,
pero risueña y en deuda con la paciente insatisfecha.
En la última visita fue certera y me
confesó que había consultado mi dolencia con su esposo, también estomatólogo,
para encontrar la solución definitiva.
Con su rostro alegre me dio las gracias
por confiar en ella, y le prometí un obsequio femenino, lo aceptó y
entonces me dijo: el mejor de los regalos
es la amistad que ya tenemos después de esta gran contienda, el vínculo médico-
paciente, con respeto, sinceridad, paciencia y profesionalidad para que sean
posible el buen servicio y la satisfacción, aunque Tamara esté cargada de
tareas y los sillones de la clínica tengan más de cuatro décadas.
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