lunes, 24 de septiembre de 2012

…que el amor nos salve de la vida. P. Neruda


Aprendimos del Gran Neruda que “si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”, por eso quiero compartir contigo un ejemplo de cariño.
Hace algún tiempo acudí con toda urgencia a la Clínica Estomatológica de este pueblo santacruceño donde vivo y respiro a diario el aire con aroma a salitre. Allí habían muchos necesitados de atención, esperé mi turno y al llamado entré al sitio donde solo el clima te invita a pasar, pues los sillones, las pinzas y el sonido de la fresa ponen los pelos de punta.
Una joven me invitó a sentar y después de saludarme me dijo: cuéntame, por qué viniste a verme, confieso que me sorprendí, pues jamás la había visto antes. Le hablé de mi dolencia y comenzó en breve la “carpintería bucal”.
Complacida de su atención y de la estancia en la clínica, agradecí su servicio y le hice algunas preguntas, cuyas respuestas me sirvieron para hacer este comentario.
La doctora se llama Tamara Izada Aguado, estomatóloga de 24 años, proveniente de Camagüey y experimentando aun el impacto de la vida plenamente laboral.
Sin embargo, Tamara es también la directora de la Clínica Estomatológica de Santa Cruz del Sur, responsabilidad que asumió con entusiasmo, pero que a la vuelta de un tiempo la tiene algo desmotivada por incomprensiones e incorrectos métodos de mando, que en nada ayudan al buen desarrollo de los jóvenes que asumen tareas directivas…así me lo dijo y tras un suspiro de agotamiento afirmó: “pero aquí estamos para cuando nos necesiten”… y un tanto risueña agregó: “p´alante, sin perder la ternura”.
Entonces Tamara es una de las tantas odontólogas que en Cuba asumen la retaguardia mientras sus colegas colaboran en otros sitios del planeta, además enfrenta el rigor de la autoridad y la tutoría de tres internos o estudiantes que se adiestran en la ciencia estomatológica, por eso decidí enaltecer su valor humano, porque es urgente la necesidad de encontrar amor y optimismo en las instalaciones hospitalarias del país, donde sobran ejemplos de ternura y buena fe, pero falta en algunas el tino para escuchar,  sugerir o extender la mano, en gesto solidario, a quienes acuden en busca de esperanzas y alivios, confiados en la mejor atención.
Yo tuve suerte, encontré a Tamara, aunque después volví tres veces más porque no funcionaban los arreglos que me hacía, y siempre que llegué fue la misma atención: agotada o suspirando de cansancio, pero risueña y en deuda con la paciente insatisfecha.
En la última visita fue certera y me confesó que había consultado mi dolencia con su esposo, también estomatólogo, para encontrar la solución definitiva.
Con su rostro alegre me dio las gracias por confiar en ella, y le prometí un obsequio femenino, lo aceptó y entonces  me dijo: el mejor de los regalos es la amistad que ya tenemos después de esta gran contienda, el vínculo médico- paciente, con respeto, sinceridad, paciencia y profesionalidad para que sean posible el buen servicio y la satisfacción, aunque Tamara esté cargada de tareas y los sillones de la clínica tengan más de cuatro décadas.






No hay comentarios:

Publicar un comentario